lunes, 29 de junio de 2009

Madre e Hijo







Sokurov. Madre e Hijo, 1997 (2005).
Es una bellísima meditación sobre el amor del hijo y la muerte de la madre, con el fondo sereno de la naturaleza espiritualizada. Cada mirada es un encuentro tardío, una despedida, una caricia que deja en las manos el rostro querido. Al final de la vida los papeles se invierten: ahora es él quien la lleva en brazos, le da el biberón. Y el último paseo: “Creación, eres maravillosa”. También los árboles de Friedrich, los farallones calcáreos, que tanto amaba. La compañía última de la mariposa, que alivia la postrera metamorfosis: “sabes, temo a la muerte”.

miércoles, 24 de junio de 2009

domingo, 21 de junio de 2009

martes, 16 de junio de 2009

jueves, 11 de junio de 2009

Permanent Vacation


Una pregunta y una imagen enhebran esta opera prima. La pregunta: “¿crees que me gustará París?”. La imagen: Allie haciendo subir y bajar su yo-yo. La imagen contesta a la pregunta: da igual. No importa donde vayas, uno no se mueve en realidad del punto de partida. Tema recurrente en las primeras películas de Jarmusch es el relato de viajes que niegan la posibilidad de una historia. Porque, como dice Allie, una historia no son sino unos puntos unidos por la monotonía que parece dibujar algo. Si, como apostilla Jarmusch, la vida no tiene argumento, ¿por qué tiene que tenerlo una película? En esta falta de argumento transcurre la vida de las imágenes. Y el espectador oscila entre la fascinación y el rechazo. ¿Estamos preparados para ver una vida sin GPS?



Allie no es un existencialista avinagrado, tampoco un clochard pasado de mugre, sino un adolescente viejo que ejerce de flâneur existencial, entra y sale de las vidas de otros, como de habitaciones desconchadas, de callejones infectos para comprobar, cual dandy de suburbio, que no hay ninguna novedad. Personas y cosas tienen algo en común: están alienados, son ruinas de algo. Son las calles sucias donde toca su reluciente saxo John Lurie. Ello impide la fácil mirada entrópica.



Allie es indiferente a todo porque se cree diferente. A la imagen del yo-yo se añade la danza sobre sí mismo en la azotea: la peonza gira, pero no se mueve. Es un solipsismo inevitable que acepta con quietud desde la soledad asumida. No aspira a ser entendido, tampoco a entender, pues ya todo está visto, placidez sólo interrumpida por el terror suave que experimenta ante la repetición, y que le obliga con su voz interior a marcharse una y otra vez. ¿Qué hago yo en París?



A veces se pregunta en plan rockero si no merecería la pena vivir rápido y morir joven. Pero Allie no lleva la vida líquida del sueño americano sino la remansada de quien no rechaza ni es rechazado, tan sólo se sitúa al margen observándolo todo. Allie es el sueño de cualquier agencia de viajes de formación: “un turista en vacaciones permanentes”.

jueves, 4 de junio de 2009

Novela, cine

"Pero en este proceso de influencias o de correspondencias, es la novela la que ha ido más lejos en la lógica del estilo. Es ella quien ha sacado el partido más sutil de la técnica del montaje, por ejemplo, y del trastocamiento de la cronología: ha sido sobre todo ella quien ha sabido levantar hasta una auténtica significación metafísica el efecto de un objetivismo inhumano y casi mineral. ¿Qué cámara ha permanecido tan exterior a su objeto como la conciencia del héroe de El extranjero de Camus?” (André Bazin. "A favor de un cine impuro")

lunes, 1 de junio de 2009

¿Regreso a la belleza?








(Béla Tarr. La condena)

“Pero esos señores distinguidos no saben en absoluto lo que significa vivir como ella, llevar un mesón como la Dichtelmuhle. Ellos (¡los señores distinguidos!) sólo hablaban siempre de situaciones para ella incomprensibles, no tenían ninguna clase de preocupaciones y se pasaban todo el tiempo reflexionando en qué podían hacer con su dinero y con su tiempo. Ella no había tenido nunca suficiente dinero ni nunca suficiente tiempo y ni siquiera había sido siempre sólo desgraciada, a diferencia de aquellos señores distinguidos apostrofados por ella, que siempre tenían suficiente dinero y suficiente tiempo y hablaban continuamente de su desgracia. Para ella era totalmente incomprensible que Wertheimer, a ella , la dijera siempre sólo que era un hombre desgraciado. A menudo él había estado sentado hasta la una de la madrugada en el mesón, lamentándosele, y ella se había compadecido de él, como decía, y se lo había subido a su habitación, porque él no quería ir ya a Traich aquella noche”. (Thomas Bernhard.El Malogrado).


miércoles, 27 de mayo de 2009

Homo pantalicus versus homo aestheticus.

El libro de Lipovetsky y Serroy, La pantalla global, es uno de los más sobresalientes traducidos este año. Con una erudición apabullante analiza muy bien los tres componentes del hipercine: la imagen exceso, la imagen multiplejidad y la imagen distancia. Cabe destacar en la tercera parte las páginas dedicadas a la pantalla publicitaria. La prosa es clara, diáfana, muy alejada de la habitual pedantería que acompaña a los estudios visuales.

Los análisis desarrollan unas tesis y nos encaminan hacia unas conclusiones. ¿Se pueden compartir los primeros y no estar de acuerdo con las segundas y terceras? Éste es, al menos, mi caso. Pero también, en cierto modo, lo sugieren los autores si se empieza a leer el libro en la página 272, en el epígrafe “La pantalla informativa”. De ahí he tomado prestado el título del post. Volveré sobre ello al final.

¿Vivimos en una era hipermoderna? ¿Hay una reducción de todas las pantallas a la pantalla global que es el cine? ¿Hemos llegado, finalmente, a la cinematografización (¡vaya palabra!) de la vida?. En absoluto. Pero, como decía Jack el Destripador (y perdón por el chiste tan manido, pero la cosa va de manido), vayamos por partes.

La modernidad es en el libro un comodín que se usa para todo, no se define, pero se refuerza. Así, ¿qué tienen en común los cuatro estadios del cine que mencionan para ser llamados “modernos” y el último (desde finales de los 80) hipermoderno?. Parece que la palabra “técnica” asociada en sus diversas fases al cine, lo cual es una obviedad, también, más en general, que se trata de la “producción masiva de productos culturales perecederos”. ¿Lo son el mismo título y subtítulos del libro en castellano?

La relación con el concepto de modernidad en Baudelaire es inevitable, pero lo cierto es que lo transitorio y lo efímero son sólo la mitad de la modernidad para él, más aún, la espuma. Queda lo más importante, lo que permanece en ello, y que debe captar el artista. Ahora bien, Baudelaire llama “modernidad” en diversos momentos al romanticismo terminal de su tiempo. Desde esta perspectiva las cosas empiezan a cuadrar.

Es propio de un determinado esteticismo romántico la reducción de todos los tiempos a un tiempo, de las diversas características de la existencia a una, de todas las artes de ella a una. Es el marketing del corazón. Los autores no quieren que se llame a este tiempo era posmoderna, aunque los rasgos que enumeran son los mismos, sino hipermoderna. ¿Qué ganamos con ello? Una simplificación hermenéuticamente inoperante. ¿Hablamos de lo efímero y lo contamos por "eras"?

El epígrafe antes mencionado permite entrever otra forma de analizar nuestra época. Después de haberse separado prudentemente de la mala compañía de Debord, los autores reconocen que el destino del individuo no es el de ser abducido (en plan Cronenberg) por la pantalla global, sino que pueden adaptarla e incluso “personalizarla” de acuerdo con sus intereses y necesidades; que la interactividad nos saca de la condena de la pasividad de la “sociedad del espectáculo”; que, igualmente, junto a la bazofia de turno está “la película de autor con gran capacidad comercial”, como puede verse ahora con Haneke.

En fin, y aquí viene lo más interesante, que hasta los autores caen en la cuenta a estas alturas del libro de que “la época del hiperconsumo es paradójica” (279). Lo es tanto que no puede ser llamada así, sin más. Porque hay hiperconsumo, hambruna y la tendencia contraria. Tampoco puede ser llamada “inmaterial y virtual”, como gustaban hacerlo a finales del siglo pasado, y algunos despistados todavía, porque “Ironía de nuestra época. Cuanto más inmaterial y virtual se vuelve nuestro mundo, más se extiende una cultura que valora la sensualización, la erotización, la hedonización de la existencia” (Ib). Y, finalmente, “si pasamos una parte importante de la vida delante de pantallas informáticas, otra parte, no menos importante, potencia la dimensión contraria, que está llena de expectativas de placeres sensoriales. El Homo pantalicus no es el sepulturero del Homo aestheticus”. Más bien, todo lo contrario, como lo demuestra la estética de las nuevas tecnologías, y la palabra versus, si se toma en su origen latino y no en la acepción anglosajona.

Moraleja: No estropear magníficos análisis poniéndose estupendos con los títulos.

domingo, 24 de mayo de 2009

Óscar, ponte en mi piel.


Una vampira adolescente reformula el imperativo categórico kantiano: "Óscar, !ponte en mi piel!".