lunes, 27 de febrero de 2017

Pobre Filosofía, la que tiene que servir....



No por cada vez más angustiosas son menos rancias algunas de las defensas que se hacen de la Filosofía. Ante un presente inquieto por la amenaza de un futuro precario, entiéndase "institucional", se recuerdan los méritos de filósofos pasados (también de alguna filósofa, como María Zambrano)  como garantía de que la capacidad de reflexión y de crítica es algo (contra Sócrates) que heredan estos hijos funcionarios de aquellos padres que mayoritariamente no alcanzaron tan bienaventurada condición.

Sin embargo a una sociedad, como la española, que tradicionalmente le ha importado poco la educación y a unos políticos pendientes solo del GRAN PACTO que ellos mismos hacen imposible, semejantes argumentos de autoridad acaban dejándoles fríos, cuando no irritados, aunque nunca indiferentes, siempre que vayan acompañados de una capacidad de hacer ruido que es, a la postre, lo único que no entendiendo al menos atienden.

En décadas pasadas (las agresiones no son de ahora) el método ha funcionado y una tercera de los periódicos en que se amenazaba con el Apocalipsis por parte de filósofos mediáticos de los de entonces lograba  frenar momentáneamente la entusiasta poda de la Filosofía en los planes de estudios en la Secundaria. Eran otros tiempos y los años no pasan en balde.

Ahora, la evidencia personal de las firmas ha dejado paso al viejo argumentario ontológico de para qué sirve la Filosofía: reflexión y crítica. El problema estriba en la exclusividad de la oferta, toda vez que el papel del filósofo ocasionalmente tertuliano es desempeñado por el tertuliano devenido filósofo a tiempo completo: reflexiona (es un decir) y, sobre todo, critica todo lo que le echen según los colores de quien le pague. Nada humano le es ajeno. Su función, asumida, no es la de ayudar a formar criterio sino a entretener, pequeños gladiadores que buscan inmovilizar al contrario interrumpiéndole constantemente. No necesitan justificarse cada día, simplemente hacen su trabajo. Tienen el valor añadido de la credibilidad ya que ofrecen respuestas, se les pregunte o no, mientras que los filósofos insisten en que ellos no ofrecen soluciones sino que solo plantean preguntas (las preguntas de la vida) reclamando cobrar por ello. No se entiende muy bien su pretensión de que, a pesar de todo, tiene que haber gente para todo.

¿Por qué la Filosofía se cree en la obligación de tener que presentar periódicamente pruebas de sangre de esta naturaleza para legitimar su trabajo en las instituciones? Su papel zarzuelero no es envidiable ya que ni siquiera le queda el consuelo de la picaresca: "pobre chica, la que tiene que servir..."

No se trata de frivolizar pero sí de recapitular. Resulta una obviedad, pero no hay Filosofía sino filosofías y estas últimas han experimentado un desarrollo tal en direcciones de la Lógica, la Ética y la Estética aplicadas (por citar solo algunas) que difícilmente se pueden encuadrar ni administrativa ni temáticamente en los marcos de la Metafísica y la Historia de la Filosofía, más aún, les cuesta seguir bajo el paraguas de la filosofía en singular. No es que haya que abrir la Filosofía sino que ya está abierta en carne viva hace mucho tiempo aunque no lo aparente por sus cerradas argumentaciones cuando intenta definir cuál es su servicio y la índole  de su presencia institucional. Se oye su voz pero no se percibe su latido. Las filosofías tienen mucho que ofrecer pero la Filosofía ofrece muy poco en su nombre.

A ello se añade otro elemento de desencanto. La gente parece cansada de la autoficción, la clónica diferencia repetitiva de los hijos de Deleuze, el incesante guiño cultural sin consecuencias, la sustitución del moderno de nobis ipsis silemus (sobre nosotros mismos callamos) con el posmoderno de nobis ipsis loquemur (sobre nosotros mismos hablamos). La gente disculpa que en la refriega dialéctica se atribuya la Ética de la razón pura a Kant, quizá sabedores (¡Ah, la sabiduría popular!) que es la obra que el célibe Kant presentó (sugerente anacronismo) bajo seudónimo al premio de La sonrisa vertical.

Por si acaso, no se ha mencionado en todos estas reivindicaciones de la filosofía el escrito de Schopenhauer Sobre la filosofía en la Universidad. No salimos bien parados. Ahí contrapone la filosofía como profesión a la filosofía como búsqueda de la verdad. No es solo que no busque la verdad es que tampoco se la deja buscar a otros, cegando el paso a las fuentes de la filosofía en los charcos de la (su) bibliografía.

La mediática antinomia schopenhaueriana entre la filosofía como profesión y vocación no siempre resulta tan clara. Más bien todo lo contrario. El prestigio de la filosofía en España se ha mantenido durante años gracias a excelentes profesores de Secundaria que se dejaban la piel en los Institutos, entusiasmaban a los alumnos y ahora, además, lo siguen haciendo en la web. Si tiene que haber una renovación de la filosofía en España debe partir de, en sentido orteguiano, una nueva sensibilidad social para ella y esa la tienen los profesores de Secundaria en su trato diario con los alumnos. La enseñanza de la filosofía en la Universidad se ha convertido en una sucursal de  UNED donde no se goza de sus privilegios y se padecen sus inconvenientes.

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