miércoles, 29 de octubre de 2008

Cine de espíritu






(Tokio Ga. Wim Wenders. 1985)

Wenders viaja a Tokio buscando el espíritu de las películas de Ozu. Apenas lo encuentra en una ciudad caótica de modernidad americanizada y postiza en su noche heladora. Tan sólo algunos trenes recuerdan imágenes familiares de otro tiempo.

Pero todo cambia cuando logra hablar con el fiel cámara de Ozu,Yuuharu Atsuta. Es el tiempo recuperado de la película y el perdido del narrador, que oscila entre la nostalgia y el llanto. Recuerda las estrictas normas, casi atrabiliarias, por las que el genio de Ozu lograba su deslumbrante sencillez: la fijación por la vieja cámara de 50 mm, su emplazamiento a ras de suelo, a la altura de la mirada de un niño o de quien toma el té sentado.

Con apenas un año diferencia en la edad,Ozu fue su maestro: sacó lo mejor de él, y él se lo dió. Una correspondencia. No menciona lo aprendido. Diríase que Ozu no le enseñó a saber sino a ser,o ¿qué tipo de saber es ése, que no tiene contenidos, en el que lo bueno que se recibe de otros es lo mejor que sacan de uno mismo? No, no parece simple socratismo.

De repente, Yuuharu Atsuta se echa a llorar, pide que le dejen solo. El espíritu, brevemente recuperado, se ha ido y con él su ser. Está refugiado en la inscripción de la negra estela que se yergue desnuda en la tumba de Ozu: la plenitud de ser es el vacío, la Nada.

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