sábado, 27 de septiembre de 2008

Movimiento en falso 2


¿Es deseable que lo poético y lo político puedan ser la misma cosa?

No puedo contestar la pregunta.

Porque desde un punto de vista estético, de la estética política, es implanteable.

¿Por qué?

Porque no la veo. Necesito que me la concreten.

La imagen es la situación de una pregunta que permite hacerse una idea.

Veo a Aznar hablando de sus poetas, a Zapatero de los suyos, y me hago una idea.

Las ideas son los aspectos sensibles de un problema humano, no de los otros, que al no serlo, se puede estar discutiendo indefinidamente y de forma gratuita sobre ellos.

Para plantear un problema hace falta primero verlo. No veo (solemos decir) cuál es el problema. Y sobra, entonces, la discusión.

En la imagen de la película de Wim Wenders, Movimiento en falso, un aspirante a escritor, Wilhelm, versión libre del personaje de Goethe, pronuncia una frase (visible en la pantalla, dato a tener en cuenta) dirigiéndose a su compañero de paseo, un antiguo nazi vigilante de un campo de concentración, que ha asesinado a judíos.

El fondo es una vista magnífica de la ladera de la montaña, en un recodo del Rhin a las afueras de Bonn.
La imagen visual se completa con la acústica: disparos de caza que contrastan con el Himno a la alegría silbado por Mignon.

Ahora he visto la pregunta. La respuesta es no.

La mirada sólo es profunda cuando es una mirada exterior. En ella la imagen no es contextual sino que el contexto es imaginario.

jueves, 25 de septiembre de 2008

domingo, 21 de septiembre de 2008

Más Filosofía y menos Prozac

Los universitarios salmantinos de Filosofía les desean a ustedes una feliz entrada y salida de Curso


(Foto, cortesía de Juan Luis Molinuevo)

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Arrebato



El paso del tiempo, los premios y la versión remasterizada de Arrebato (Iván Zulueta,1979) han situado a esta película de culto en el lugar que le corresponde: los colegios religiosos de ideario fuerte y las universidades místicas subvencionadas por gobiernos regionales.



Limpiadas "las puertas de la percepción" de la gazmoñería de la época (más de izquierdas que de derechas), todo queda reducido a la odisea ejemplar de unos "niños bien", a un "camino de perfección" en el que se pasa de la ascesis del cuerpo maltratado a la mística de la trascendencia inducida por las drogas que culmina en la disolución del Yo abducido por la IMAGEN.



El género al que se adscribe es una variante ibérica del "existencialismo místico underground". Queda resumido en una frase emblemática de Will More (personas y personajes son aquí lo mismo): "colgado en plena pausa, arrebatado". El existencialismo es la transformación que comienza con la pausa definitiva de la existencia cotidiana, continúa en el sobrecogimiento de una situación límite( angustia, náusea, arrebato), en la que tiene lugar una experiencia cuasi mística (aquí de bajos recursos) de desfondamiento del Yo inauténtico en la que emerge de esos fondos abisales la experiencia del auténtico Yo con tintes expresionistas. Se trata, en definitiva, de un éxtasis del Yo, de salida, abandono y recuperación, todo ello en un local abulense de los bajos fondos de Nueva York.



El arrebato es una situación límite, un temple de ánimo, un estado de suspensión de sí mismo que tiene lugar en la pausa existencial previa a la conversión en imagen. Su narración es la historia de una metamorfosis: la de la voz en susurro, la del cuerpo en imagen. El proceso, incontenible, desencadenado por la sobredosis de imágenes, se muestra en la mancha roja (icono de tantas películas) que avanza vaciando el cuerpo en la imagen, rezumando en la pequeña gota que se escapa de la vena.



La cámara dispara cadenciosamente (sobra el ametrallamiento final), mutando el ojo mecánico en colmillo: se va acercando y al fondo aparece un inquietante agujerito rojo, pequeña lámpara animada por la identidad que succiona. Es el único acto verdaderamente pornográfico, el del sexo con las máquinas, que dará a luz la imagen.
Respecto a lo otro, no hay que engañarse. Como enseña también Ballard, los excesos son el índice de las carencias, la abundancia de sexo revela la ausencia de amor, reducido a erotismo primario, que se corta al pretender otra cosa.



La auténtica pasión es la del cine, la de las imágenes, por ellas, no por lo que representan ni significan. De este modo, LA IMAGEN acaba siendo una identidad terminal, la plenitud del vaciamiento. ¿Acaso no somos imágenes de Dios? ¿No es la auténtica vida una vida en la imagen?. Sublime enseñanza.



La película se ve hoy como un homenaje, una declaración de amor a los juguetes rotos de una generación, a una generación de juguetes rotos, muchos de los cuales se quedaron por el camino, experimentando en propia carne el advenimiento de la nueva carne, de la carne de la imagen. Fueron lúcidos y generosos, no hicieron daño a nadie, si acaso a sí mismos.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Esculturas vivas


Cada vez que empleamos la palabra “sujeto” retrocedemos unos cuantos siglos. No pasa nada. Es sólo una muestra de que nuestra florida cultura está hecha de retales, a veces andrajos, del tiempo, zurcidos por el lenguaje. Lo mismo sucedió con otra palabra, “verdad”, hasta que los pragmatistas americanos sentenciaron que no es sino un ficción que funciona. Lo mismo ocurre con otro vocablo sacro, “realidad”, y así sucesivamente. Esos conceptos producen hoy día la misma perplejidad que el sonajero de huesos en el palo del hechicero. Se agitan con donaire y todo el mundo espera que suceda algo, pero el único acontecimiento es el que tiene lugar en el interior de los que creen ya en ello. Son algo así como lo que se decía de las antiguas posadas españolas en las que uno sólo come de lo que ya lleva.

Lo que se complica en el lenguaje resulta mucho más simple cuando acudimos a las imágenes. Bien es cierto que los filósofos andamos sobrados de imaginación, pero a menudo faltos de imágenes. Y no es porque no haya ocasiones. Lo más impresionante (al menos para mí) de las Obras Completas de Descartes es la frase en la que cifra el lema de su filosofía: larvatus prodeo, “avanzo enmascarado”. He aquí el texto de los Preámbulos:

“Los comediantes, llamados a escena, para no dejar ver el rubor en su frente, se ponen una máscara. Como ellos, en el momento de subir a este teatro del mundo donde, hasta aquí, no he sido sino espectador, avanzo enmascarado”.

Un texto multidisplinar y sugerente donde los haya, digno de merecer un detenido comentario en esos momentos auráticos de sosiego y lucidez que son las pruebas de Selectividad. Brindo la idea. Porque, seamos serios, ¿qué quiere decir el sujeto Descartes? ¿es un antecedente del Zorro? ¿de esas parejas de héroes masculinos del comic con pequeño y coqueto antifaz, quizá emparejados?.




Las dudas sobre el sujeto Descartes y sobre el sujeto cartesiano se me desvanecieron al contemplar en la calle a las esculturas vivientes, esas estatuas hechas, no de madera, piedra o metal, sino de carne y hueso. La escultura viviente es la pura representación del sujeto como objeto. Y, sin embargo, es la más acabada presentación del sujeto cartesiano como substancia que permanece idéntica a través de los cambios, presencia constante en el fluir de tiempos y circunstancias.

La escultura viviente es la tensa quietud que espera el paso de la gente. Son personas que encarnan un personaje en sus vestiduras y en su cuerpo pintado, cubierto, nunca desnudo, por miedo a la pasma. Una escultura que es así pintura en tres dimensiones. Lo que narran se reduce a un único acto, el movimiento se congela en un solo plano, de modo que actúan sin actuar. Sirven como objeto de distracción, pero ellas no se distraen nunca.

La escultura viviente convierte por momentos el escenario urbano en escaparate de comercio. Sin embargo, el maniquí atrae la mirada por lo que lleva, la escultura viviente por lo que (no) es. Cansados de encontrar parecidos sólo percibimos la diferencia cuando nos topamos con sus ojos. Experimentamos un sobresalto. Las estatuas no tienen ojos, son ciegas. Tampoco es una diferencia insalvable: nos hemos acostumbrado a imaginar a los vates ciegos de la antigüedad como estatuas vivientes que profetizan.

El sujeto Descartes, el sujeto cartesiano, como las mejores esculturas vivas, es el oráculo de Delfos que nos dice, ocultándola, la verdad. Al fin y al cabo, todos están hechos de sustancia. Sólo hay que encontrar la ranura mágica, invisible a simple vista. Si les echas una moneda recibes un gesto agradecido pero, si les introduces muchas, entonces se arrancan a capella con un recital sobre la modernidad líquida.

lunes, 8 de septiembre de 2008

Verano tardío


Una excelente iniciativa la de la editorial Pre-textos al publicar esta “novela de formación” de Stifter. Porque permite una ampliación del romanticismo y un contraste dentro de él. No olvidamos todavía el impacto de su anterior edición del Anton Reiser de Moritz, verdadera joya de las “novelas de deformación” románticas, género menos conocido ahora, pero de más éxito entonces. Se lee muy bien en la traducción de Carmen Auger.

Uno de los mejores hallazgos de la novela es el título. Alude al verano tardío de un género de novela romántico, al verano tardío en la vida de Mathilde y Risach, pero también al verano tardío que puede ser toda vida humana.

Es, efectivamente, un ejemplo tardío (1857), pero sobresaliente y con importantes matices, de un género que florece a finales del siglo XVIII. Trata de un viaje iniciático por la vida en el que se talla el yo del personaje como una piedra preciosa, siendo el resultado a medias la obra de la naturaleza y la educación, conforme a las máximas de Goethe. No es tanto un viaje físico (grandes viajes de dos años son despachados en unas pocas líneas)como la narración de una peripecia interior. Al fin y el cabo, el viaje más importante de nuestra vida es el que conseguimos dar (si hay suerte) alrededor de nosotros mismos.




Es también la novela de formación de la alta burguesía en el imperio austrohúngaro. Un estilo de vida unido a una forma de cultura con el que rompen las primeras vanguardias estéticas juzgándolo kitsch. Para entendernos, a sus ojos debió ser algo así como lo que experimentamos al contemplar las almibaradas escenas campestres de las porcelanas Lladró. Pero que el vitriólico Nietzsche profesara particular estima a esta obra ya debería hacernos sospechar y huir de las simplificaciones.

La obra capta muy bien el Sehnsucht (nostalgia, anhelo) del romanticismo luminoso. Para el romántico la vida misma es la posibilidad de un “verano tardío”, de una dicha sobrevenida después de una pérdida irreparable. Esta novela es la puesta en práctica de la teoría de que la cultura nos volverá a reconciliar con la naturaleza. Cultura en sentido primario, de cultivo de la tierra, ennoblecido hasta convertirlo en un arte. El Asperhof, la posesión en la que se ubica la Casa de las Rosas, es un microcosmos al abrigo de los vientos que azotan al Angelus Novus de Klee en versión de Benjamin. Es la encarnación de la potente imagen de ser que Bachelard veía en la casa. Allí, como aves migratorias, se congregan periódicamente los visitantes para ver florecer las rosas, recuerdo de la dicha primera.

Y, sin embargo, se mira menos hacia el pasado que hacia el presente, confeccionando objetos modernos según modelos antiguos para los nuevos tiempos, no imitando, sino recreando con el único criterio de la belleza. Podemos sentir la belleza y el olor de las flores, el tacto de las fibras historiadas en la madera de los alisos, las vetas coloreadas de los mármoles en la cantera, todo ello, potenciado por la mano del hombre que es capaz de elevar con el estudio la artesanía a obra de arte.


No sé si Danto ha leído esta obra, pero es una buena confirmación de su tesis de que el arte ha podido abandonar la belleza, pero sigue siendo necesaria para la vida. Aunque sea terminal, o precisamente por ello, como afirma Kundera, otro de los entusiastas de esta novela.

Al fin y al cabo, uno sólo puede teorizar cómodamente sobre el arte de la mierda si no está hasta el cuello de ella.

martes, 2 de septiembre de 2008

Política de la visión


(Wim Wenders. En el curso del tiempo,1975)

"Las películas siempre van de lo que tratan y de lo que no tratan. Una ausencia en una película también es siempre el tema de la película. En las mías no hay violencia ni sexo porque creo que son cosas con las que se puede hacer mucho daño. Sólo me gusta mostrar lo que de verdad me gusta. No me gusta enseñar algo y después decir que lo detesto. Pienso que el acto de hacer películas, lo que se lleva a la pantalla, es algo con lo que también te identificas. Por eso funciona tan bien la propaganda, porque en el momento en que la gente está ahí sentada y se proyecta algo en la gran pantalla, se crea automáticamente una especie de identificación. No te puedes distanciar de lo que muestras. Lo que filmas siempre es lo que que quieres, la expresión de lo que defiendes. Una película de guerra siempre es una película a favor de la guerra.Y toda película en la que aparece la violencia es una película a favor de la violencia. Pienso que la verdadera política es la que se hace con la visión. Es decir, lo que se muestra a diario a la gente, a las personas, es político. Todo lo que se muestra al ser humano es político. De hecho, los temas propiamente políticos son para mí lo menos político del cine. Lo más político es el entertainment. Y lo más político que se puede inculcar a las personas mostrándoselo cada día es: no existe el cambio. La idea de cambio se obtiene mostrando a la gente algo que esté abierto al cambio. Y éste es, para mí, el único acto político del que el cine es capaz: mantener viva la idea del cambio; no exhortar al cambio, porque creo que rara vez se consigue".
(Wim Wenders. El acto de ver. Paidós, Barcelona, 2005, p.68)(La cursiva de las líneas es mía)

Por motivos profesionales he tenido que volver sobre las primeras películas de Wenders, acompañado de sus textos sobre cine. Me parece advertir una fuerte tensión entre las imágenes y las palabras. De hecho, cabría resumir la propuesta de esas primeras películas como un vivir la enfermedad de las imágenes, ya que las imágenes son la enfermedad de la vida. Wenders es un yonki de las imágenes que moraliza sobre ellas por el peligro de sobredosis. Algo así como un Kant de la Crítica de la imagen pura.

En esa línea ha desarrollado toda una ecología (contra la polución de imágenes) y una política (de la visión) de las imágenes. Es difícil no estar de acuerdo con ello, que la verdadera política es la que se hace con la visión, otra cosa son los términos. Es decir, que esa política sea verdadera. Tiene razón en lo referente a los riesgos identitarios de la imagen, conscientes o no,pero es problemático restringir el criterio estético de la producción a mostrar lo que a uno le gusta, en el supuesto de que si muestra lo que no le gusta acaba haciendo una apología de ello. Es el mismo argumento que utilizaba Leni Riefensthal para defender su obra como una creación de belleza, pues bastante miseria había ya en el mundo.

El tema, como siempre, está en el cómo se hacen las cosas, en la forma. Al fin y al cabo no es poca cosa una moral de la forma. Se pueden hacer películas en las que aparezca la violencia como Promesas del Este. Y habría que darle la razón a Wenders. Pero también Underground de Kusturica y, entonces, estamos ante un verdadero pensamiento en imágenes. La vida, como decía Schopenhauer, es en conjunto una tragedia y, en concreto, una comedia.

Aunque las imágenes hablan por si solas, no me he resistido a poner alguna cartela.


(El mito de la caverna de Platón huele. Por favor, no nos salven, pero tampoco nos mientan)




("Una guerra no es una guerra hasta que el hermano mata a su hermano")